La Izquierda del Siglo XXI. La Izquierda Libertaria.

14 de septiembre de 2006

La Izquierda Conservadora (III)

Sin ciudadanos no hay democracia. Debería considerarse esta una frase hecha, tanto que pudiera ocupar el lugar que tienen los refranes en el imaginario popular. Pero vivimos tiempos, sobre todo en España, de escasez de ciudadanos, o de ciudadanos que lo sean en todas y cada una de las facetas de su vida. Ser un ciudadano se tacha con el altruismo de la urbanidad, ser un demócrata se anuda con el consenso tácito que que la Constitución no merece más que una ligera lectura de algunos principios y un mero repaso superficial o "político" del resto de los artículos, según interese a los interesados en el día político que a los ciudadanos nos toca vivir, sufrir. Así se desenvuelve la democracia en el tiempo: una sucesión de portadas en los periódicos y no en el ejercicio del libre derecho al acceso a la información y a las iniciativas que llevan los partidos al parlamento, y los gobiernos, a la práctica o al olvido.

Lo importante es que, de las miles de votaciones que se hacen en los órganos de representación de los ciudadanos en el estado, apenas sabemos de unas pocas decenas quienes somos lectores de periódicos, quizás el medio que podía mantenernos mejor informados. Nada sabemos de los debates, de las tomas de postura respecto a las mil y una cuestiones que nos afectan en la vida diaria, y no es intención de ningún gobierno, pero si de la Democracia, el que los ciudadanos tengan el máximo derecho a acceder a la información sobre los poderes públicos y las instituciones. De ese modo, por obra y gracia de los directivos de la televisión, tenemos peores telediarios que hace diez años, incluso menos costumbre de verlos, y, por supuesto, con cada vez peor información política. La vida política, para competir con las noticias de la prensa rosa y del deporte, se ha convertido en una sucesión de efectos espectaculares, de insultos, de tensiones venenosas en aquellos a los que logran influir con tal de pelear, en los "espacios" informativos, algo de tiempo a la crónica negra, a la crónica rosa y a la crónica deportiva, a la crónica en definitiva, del mundo de las apariencias.

Y hago esta distinción, nada debordiana, porque irrenunciable es, si se quiere ser revolucionario, reconocer que existe un lugar llamado Parlamento y que en el se discuten las cuestiones que día tras día afectan desde a decenas, o cientos de miles de ciudadanos, hasta a la totalidad de nosotros.

Hasta aquí la crítica, elaborar ante esta un sólo principio constructivo, la obligación que por ley tienen, tanto las televisiones privadas, como la televisión pública, de ser un servicio público. De, entre otras muchas cosas, la obligación de elaborar programas que propongan a la ciudadanía el acceso al conocimiento de sus derechos y obligaciones. Ahora, en tiempos de la TDT a nadie en TVE parece habérsele ocurrido que podría emitirse un canal que retransmitiera todas las sesiones parlamentarias, incluidas las de las comisiones, y a nadie en las Comunidades Autónomas parece que tal idea les haya transcendido de otra lado que no sea el de la imaginación.

Los medios de comunicación que en nombre de la libertad de expresión, y bien ejercida, fueron un obstáculo, o debieron serlo, para algunas maneras de hacer "política" se convierten cada día más en un obstáculo, no para esas formas de hacer política, sino para toda la Democracia en su conjunto. El papel que juegan ha superado ya al de interés de los favores debidos por sus propietarios a los gobiernos de turno y se han transformado en los árbitros de lo que merece ser considerado espectáculo, y por lo tanto tener unos minutos de tiempo en sus canales, y lo que merece ser despreciado, sencillamente porque no encaja en el imaginario social que la ideología de la comunicación de masas produce, propone y asienta en millones de personas.

Más que hacer nuestras vidas en una Democracia real, vivimos rodeados de espectadores de la ficción de unos minutos de democracia al día. Se equivocó Gobbels: si tienes un canal de televisión una mentira sólo necesita ser repetida una vez para que sea una verdad en sus millones de personas. Así pasa el tiempo, así pasan y pasan los días.