La Izquierda del Siglo XXI. La Izquierda Libertaria.

8 de noviembre de 2006

La Red Hipercontextual. Parte III.

Parte III. Diferencia entre error y diferencia.

Hay un pacto, prácticamente unánime, para que tanto la realidad como la lengua sean inteligibles. Según esa doctrina totalitaria la diferencia no existe sino por oposición, o sea una diferencia que el sistema absorbe con una facilidad tremenda puesto que lo diferente lo es por mero contraste a la norma, a lo normal. La norma pareciera que preexiste a cualquier acción tanto que la confirme como que la difiera. La diferencia sin embargo quedaría como mero presente, no tendría otro pasado que la norma ni otro futuro que formar parte de ésta ante la siguiente diferencia. La inteligibilidad requiere, según eso, una exclusión de contextos, una prefiguración común a priori, o sea, una imposición, de sentidos y significados, y una limitación semántica que dé lugar a tópicos y a hiperelatos retóricos (mithos). Lo que a un sistema totalitario le es imposible absorber es el error. El error no cuenta siquiera como diferencia. El error es inteorizable porque pertenece completamente al ámbito de lo real, constituido más allá de las diferencias, donde el sistema no llega, a las subjetividades, incomprensibles para las mentalidades y discursos totalitarios. La lengua no ha de ser real según eso, no ha de tener faltas de ortografía, palabras mal pronunciadas, construcciones gramáticales en las que las diversas categorías, conjunciones, preposiciones, nombres, artículos, adjetivos, tengan en ocasiones una difícil identificación, o sintácticas, sujetos y predicados confundidos, ausencia extrema de un lugar claro del singular y del plural en la frase, significados completamente inversos al pasar a completar su sentido en el medio y el contexto. La lengua sería únicamente objeto de manipulación, no de transformación. La lengua de la norma entonces no nos habla de la realidad sino que nos informa de ella porque abole todo lo que no es *sujeto* dentro de una cierta clasificación taxonómica. Es como si mirar un bosque fuera lo mismo que mirar un bosque por televisión, ver por los ojos de los otros, por razón de estos. Aún así, mientras, los discursos dominantes dan una vuelta más de tuerca en ese proceso y pasan, cada vez más, a "informarnos de la información", de ese pacto, tan tácito como constitutivo de la ciudad moderna, ya no se salvan ni los niños, los cuales tienen a su disposición un discurso dominante con el que les va a ser siempre posible entender cualquier cosa, aunque ya, desgraciadamente, no cualquier cosa: en una sociedad jerárquica sus miembros aceptan ser tutelados, no responsables, poco participativos, inmaduros para la ciudadanía, en tal sociedad los niños no son diferentes, sino que o no son niños o son un error.

Nos quejamos mucho y con mucha razón de la constante manipulación de la información. Pero nadie se queja de la manipulación de la lengua, del modo en que la cultura educa para manipular la lengua de los otros y, sin embargo, paradójicamente, aceptar sin crítica el modo en que se pronuncia la propia. Lo que entendemos, lo que comprendemos y lo que no, no es a menudo más que el final de un proceso de manipulación inconsciente y su principio.

Luego lo inteligible está en contra tanto de lo real como de la lengua. El problema es que junto a lo real y la lengua no estamos del todo ninguno, el universo informacional es más basto que la realidad y que la propia lengua y es en ese universo donde las cosas parece que suceden o se suceden. Pretender estar donde no debemos estar sería, seriamente, autismo.

Por eso contra el totalitarismo la diferencia sigue teniendo un valor positivo, político, ciudadano. Eso es así puesto que los sistemas totalitarios de ideas procesan la diferencia continua como un error, pero siempre siempre ajeno, no propio.